El pasado viernes
18 de mayo, en el marco del “2° Festival de poesía La Chascona 2018” se
celebró la entrega del Premio a la Trayectoria Poética Pablo Neruda a
Astrid Fugellie. Con un lleno total en el Espacio Estravagario, el evento
inició con la lectura de poetas jóvenes para luego dar paso la performance de
un grupo de alumnas de la Escuela Moderna de Música y Danza. Los poetas Leo
Lobos y Tatiana Orellana realizaron una presentación de la obra y trayectoria
de la poeta magallánica, quien recibió luego su diploma del Premio a la
Trayectoria. Astrid Fugellie Gezan (Punta Arenas, 1949) durante su discurso de
agradecimiento señaló que este era “el premio más lindo del mundo”. Luego,
realizó una contundente lectura de su obra poética. El evento continuó con la
lectura de poetas jóvenes y finalizó con un recital de música a cargo de
Darkesa. Agradecemos a todas y todos los poetas participantes y en especial a
Radio Federación, quienes transmitieron en vivo para sus auditores. Los
invitamos a seguir todas las actividades de poesía, música, danza y performance
del Festival de Poesía La Chascona 2018.
Astrid Fugellie
miércoles, 23 de mayo de 2018
martes, 23 de mayo de 2017
¿La que volvió… es la misma?
Algunas palabras para El faro, quirófano al
Noreste.
Por Cecilia Palma
Astrid Fugellie
Gezan, poeta perteneciente a una generación que creció y se desarrolló en un
país totalmente distinto, protagonista de la diáspora y testigo del violento quiebre
de nuestra democracia, es la autora de este poemario El Faro, quirófano al Noreste, libro editado por Cuarto Propio y que inicia con un
excelente prólogo de Christian Formoso.
Ricardo
Blume escribió que en un contexto en el que la vida se ve amenazada, “la
conciencia de la precariedad humana exige la presencia de otra realidad”; y tal
vez por ello, Astrid ha pasado durante su poética, entre otros muchos temas,
por la identificación personal con algunas de nuestras etnias, por ejemplo,
simbolizando a través de sus versos el abandono, la soledad o el despojo.
Ahora, con este Faro con el que hoy
alumbra a la poesía chilena, ella aborda en sí misma la orfandad y el desamparo
a través de un cuerpo inerte que está desertando de la vida.
No es
azaroso que comience su poemario con dos citas que conmueven. Una, de Conrad, en
la que se pregunta si aquel que volvió a vivir es el mismo que fue… advirtiendo
que su grito, o más bien, sus gritos en ese retornar, eran el respiro del
regreso…
El otro
epígrafe es de T.S. Eliot, y nos acerca aún más a lo que se viene en las
páginas posteriores, pues la imagen que el poeta compara es, precisamente, la
de un ocaso con un quirófano en una partida, una ruta entre calles medio
desiertas…
Precisamente.
El libro de Astrid se encuentra atravesado por la voz de la consciencia de una
mujer -ella- que comienza un viaje irremediable e intransferible sobre una
camilla a través de una línea o sobre un borde confuso e inestable acercándose
a una frontera desconocida cuyo límite está develándose.
Estos
hechos tan dolorosos la llevan a resolver el desarrollo del poemario concretiza
dando una revalorización del ser, del yo conflictuado fuertemente, casi hasta
el punto del quiebre.
En el desarrollo
de este libro hay tres fechas relevantes para la autora: invierno de 2008,
primavera del 73 y verano del 50; de manera que en este ir y venir entre la
vida y la muerte en ese peregrinaje íntimo y personal, la paciente-hablante nos
lleva a lomo de sus magistrales versos entre estas cronologías. Es así,
entonces, que el libro comienza ubicándonos en un espacio tiempo y en un
periplo radical. Cito:
invierno del dos mil ocho dice: rauda
es la camilla
soplado su esqueleto cruza
pasa corredores salta los recintos
la camilla cruza sí
cede
En este
poema la autora nos pone en contexto de fecha (2008) y de lugar (que está
insinuado); y, les imprime, además, una urgencia:
rauda, soplado su esqueleto cruza, pasa, salta…
En estos
cinco versos del primer poema, Astrid nos devela el corpus, la columna que
sostiene el libro, a través de la cual, su voz nos va permitiendo acompañarla
en sus recuerdos y emociones en ese estado límite, por la franja que divide
aquello que es desconocido, con este lado donde la realidad –la suya-, la
espera.
Es un
viaje donde el consciente se mantiene alerta, aunque sus ojos estén cerrados,
su boca no hable o su cuerpo permanezca inerte, porque el juicio existe,
percibe, siente. Sabe, por ejemplo, en qué minuto la manivela actúa; artefacto que
se transforma a lo largo del libro en un símbolo de conexión entre una realidad
y la otra.
los ecos retumban
manivela
des
valida
la vida lloriquea
La autora
reemplazó la modernidad del botón (que ya existía para el 2008) por la antigua manija
qu,e al hacerla girar al lado de los catres y camillas, cumplía con la función
de levantar o recostar a los pacientes dependiendo de sus necesidades médicas.
La manivela es, sin duda, protagonista del poemario, y es a través de ella que
Astrid nos despierta y nos dice, estén atentos que estoy dejando de respirar.
Necesito oxígeno, estoy cayendo al abismo…
lanceta cayendo su
corte es punzante: -¡de
cuajo al
latido!- dice
manivela
el abismo
El libro
posee, como la autora nos tiene acostumbrados, un lenguaje depurado, trabajado
con mucho cuidado, con amor. Cada poema contiene un conjunto de palabras que
están ahí porque tienen que estar. Nada es al azar, ningún corte, ningún signo
está fuera de su lugar. Es un claro ejemplo de aquello que nos hablara Pound en
su ensayo “El arte de la poesía”; en el que señala, o más bien aconseja, no
enturbiar la percepción de un sentido intentando expresarlo en términos de
otro. Hay que buscar la palabra exacta, dice; “la palabra justa”… y ella,
Astrid, la posee.
Sin lugar
a dudas, Astrid Fugellie es una de las voces más trascendentes de la poesía
chilena, poseedora de una mirada amplia y variadas voces poéticas; es original,
y por qué no decirlo, vanguardista. Ella se atreve, inventa, juega con las
palabras y las palabras trascienden. Su pensamiento y sentimientos están
contenidos de forma armoniosa en cada trenza que teje y que convierte en un
poema único.
Ella nos
va revelando de manera paulatina su divagar por un hades que tal vez es otro
plano u otra realidad, fundiéndose suave con aquello que está sucediendo en la
sala de operaciones.
En la
página 59 nos regala un poema tremendo que nos cambia el escenario y nos
devuelve a 1973. Un texto fuerte y agudo que nos incorpora como actores del
Golpe:
primavera
de setenta y tres dice:
la queda
es el toque de la queda
son las luminarias apagándose
son los hombres des
apareciendo
es la muerte cabalgando
son los ojos muriendo los ojos: -y el
malaventurado
zarpazo, golpe,
y ¡golpe!
Todos sufrimos todos sufrimos TODOS
Entonces
La otra
fecha, verano del 50, es época de nacimiento para Astrid “…faro
imaginario, dimensión de la mar oscura/manivela ay: -¡qué vida más muerte!”,
dice. En estas páginas entramos en ese alumbramiento doloroso en el que ella se
transforma en el milagro de la vida, en la diosa que será luego la misma mujer
que verifica si sus huesos y sus órganos están aún con ella cuando despierta en
el quirófano.
Este tránsito
de Astrid en la sala de urgencia me recordó en algo a Borges y sus recurrentes
tópicos literarios, como el viaje, la búsqueda y el regreso, el reverso y el
anverso… temas que siempre apuntan a un conflicto vital profundo, que es lo que
precisamente tenemos en este libro. La autora está transmitiendo una de las
experiencias más intensas que un ser humano puede pasar; y estoy cierta de que transformarla
en poesía debió ser para ella como volver a vivir lo que tanto dolió; de manera
que los años que tomó en escribir este libro extraordinario, son los que tenía
que demorar en masticar, en tragar, respirar y sanar, porque -y con esto no
descubro la pólvora- escribir para un poeta es “vivir” cada imagen y cada
palabra; es como sentirlas desde la panza. De manera que, dicho esto, considero
a Astrid Fugellie no sólo una poeta intensa y magnífica; sino que, además, una
mujer doblemente valiente: sobrevivió dos veces a una misma muerte.
¡Manivela!
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