¿Qué es aquello que desliza un rumor
de otoño o de rama primaveral en frente de una ventana agazapada en la sombra?
¿Cuánto de posibilidad o de abismo tiene el lento amanecer o el inevitable
monólogo, apenas se despereza la memoria?
Algunas intensidades existen como un
clamor imposible de satisfacer. Están llamadas a perdurar y a repetir sin
mengua inquietudes que, por momentos, son abrumadoras y, en otros, sólo parecen
encogerse con tal de desplegar sus bríos de marejada, en cualquier momento.
La otra voz, que mentamos poesía, es
la renovación del oleaje íntimo del ser humano. Sin titubeo, puede atribuirse a
aquella un incansable insomnio. Vela cuando gobierna el sueño; aleja la
inmediatez para ser vista con más fidelidad; recompone las distancias y reanima
lo exánime.
Comprobamos lo dicho en Libro del mal morir, poemario de Astrid
Fugellie, de quien se conoce una obra de reconocida calidad. Las jornadas del silencio; Los círculos;
Dioses del sueño, son algunos de sus libros.
Los poemas de Astrid acogen la
constancia de la memoria, principalmente en sus visiones audibles y, ya conozca
de un desarrollo amplio o corresponda a un pispar instantáneo, en apariencia,
deja abiertos los textos, como quien interviniera en el reino del silencio,
para después sumergir la atención en espera de nuevos hallazgos.
“y esto:/
para que los verbos que tramas sean liturgia/ una boca llena de flores//y
esto:/ para cuando quedes en tu nombre, y no en ti/ como un muñeco hecho de
margaritas//y esto:/ para cuando te sorprenda el morir,/ con los mismos ojos
que naciste”. (Di-vagando).
Lengua de sí y consigo, los textos
de este libro reiteran algunas posibilidades gráficas: los signos exclamativos
y los guiones separadores, o de una vez la fragmentación de numerosos vocablos.
Unos y otros pretenden aumentar el énfasis que nutre esta escritura. Y es que
la voz interna piensa, recompone, vuelve a sí las presencias diluidas y las
descoloradas promesas de la existencia, confrontadas en una distancia, que es
aquí, y en un antes o en un porvenir, que son ahora.
“te vas y
yo sigo sobre la tela/ brumosa, mis ojos observan tu in/ movilidad: alma en
pena que, de un/ instante al otro, se desprende, se frac/ciona, se escapa, y a
la hora/ de la vacuidad, ¡muerte viva!, cami/na con lentitud mis vaciadas
entra/ñas como si las manchas se hicieran/ para adentro: sin cara para lavar/
los ojos, sin ojos para lavar el/ alma”. (Las
manchas)
El libro de Astrid Fugellie
pertenece a la poesía; y ésta es un habla que permite soportar lo vivido y lo
no vivido, que no termina de suceder.
Juan Antonio Massone
La Prensa, Región del Maule, 6-X-2016
La Prensa, Región del Maule, 6-X-2016