En su reciente poemario, Dioses del sueño, Astrid Fugellie se
instala en un universo que no termina de comenzar, en una cosmogonía que
todavía no comienza a terminar, donde el espíritu que flotaba sobre la aguas
del Génesis, sigue flotando sobre las aguas, sobre las piedras, sobre los
hombres, sobre los dioses, sobre los demonios.
La poesía de Astrid
Fugellie es una poesía de frontera que acontece en el límite del ámbito
material, psíquico, espiritual habitado. Como tal está hecha de incursiones a
lo otro material (lo de los espacios interestelares), lo otro psíquico (lo
extraterrestre), lo espiritual (los de Dios, lo del hombre desde Dios y el
cosmos). Pero esta es una escritura que no cronifica, sino que crea la historia
del más allá material, psíquico, espiritual y sus palabras, sus frases son como
meteoros recién desprendidos de una explosión cósmica, transhumana.
Hay una escritura
que busca traspasar la barrera del sonido y del sentido, donde espacio, tiempo
y acontecer están comenzando o terminando el ser de un modo peculiar, para el
cual el modo de nuestra cotidianeidad no es un referente ajustado. Inventar un
espacio, tiempo, acontecer es ardua tarea. A esto se aboca Dioses del sueño. Palabra fundante, diría Octavio Paz, palabras
cimientos, extraídas del subsuelo léxico que, al salir a la superficie, convocan
relaciones insólitas con materiales extraños. Neologismos como emergencia de
seres recién empezando a concebirse; arcaísmos como desenterramiento de raíces
geológicas. El libro descubre una escritura que opera como la palabra mítica,
con una cobertura de tiempo largo y hondo, arqueológico y escatológico a la
vez.
Pero además a la
convocatoria a materiales léxico específicos está la aventura sintáctica que
avanza modos de relación insólitos, afanosos de graficar la manera inusual con
que se revela aconteciendo este universo.
Ambos procesos
fraguan en la extrañeza que producen los materiales semánticos, donde la imagen
permanentemente está violentando el régimen de relación habitual de las
realidades convocadas.
Así, el libro ofrece
un paisaje lunar, astral, interestelar que resulta extraño, que no nos acoge
sino cuando nos abrimos para asumirlo tal como es; esta asunción nos permite
avanzar, dejando atrás nuestra perspectiva rutinaria y entrenamos una atención
para aprehender las cosas, con una disponibilidad a flor de piel, para ser
modelados por este mundo poético, invitante a la vez que exigente.
Precariedad humana
Lectura ésta no
fácil pero fascinante, con sorpresas en cada frase, en cada verso, en cada
verbo, en cada trozo fonético y ortográfico.
Una escritura
poética donde los materiales están sometidos a altas tensiones que se pueden
nuclear en una doble polaridad: la antropologización del cosmos y la
cosmologización del hombre. En el núcleo de este sistema está la antítesis y el
oxímoron como células estructurales expresivas. Así sucede en Fobos y Llagas.
Esta actitud denota
una gran audacia, la de la precariedad humana que acude al llamado de la visión
poética, se lanza a su conquista sin redes que le resguarden el riesgo. Avance
al encuentro de apenas un presentido destino: Los hombres no son el sueño de Dios: Dios es el sueño de los hombres.
En esta línea está
la cifra de lo infinito a la búsqueda de su enclave en la experiencia humana: Habitamos algún rincón perdido de una de las
cien mil millones de galaxias. En este texto se enfrentan lo infinitesimal
afectado por una triple marca limitadora- algún
rincón perdido- a lo infinito, cantidad abierta que desplaza todo abordaje
de la imaginación- cien mil millones de
galaxias-. Tal audacia se proyecta en este otro texto con ímpetu
desbordante: ¿Quién te dice que después
de balancearnos en el borde de lo finito, saltemos a lo infinito, y luego
afuera?
Este ímpetu asume
sin titubeos la empresa de decir lo no dicho, de imaginar lo no imaginado: Quien quiera intuir cómo nace la ternura
triste, que una las sienes pensativas de los hombres, y se lance a los océanos
donde alguien nada como un pez sin espinas.
Este modo poético
extremado busca concordar los términos distanciados, los universos entre sí
extraños, como cuando lo los sobrenatural subsume su dimensión mítica bajo los
módulos expresivos de la cotidianeidad: Así el poema titulado Dios y Satán.
Experiencia de frontera
Una situación que
cruza el libro es el proyecto de moldear espacios y aconteceres como nacidos
del sueño a los que somete a procesos de alta presión para que magnitudes
inmesurables se redimensionen a escala humana y el horizonte humano se
distienda a experiencia estelar: En la
noche secreta de los hincados, el cuervo que resplandecía como el Fuego, ahuyó
como lobo echado a pocos pasos del tímpano. Traspasada la mojada memoria, fijó
sus ojos de ladrón en las desérticas sombras desolladas e inició el atisbo.
Oasis hay donde
Astrid Fugellie reedita la línea del apólogo de su libro anterior Los círculos. En este caso está el
poema Sala de clases.
La limpieza del
trazo en lo ineluctable puede admirarse en un poema dedicado al condenado. La misma calidad ostenta otro
poema alusivo a la muerte (La muerte).
Para finalizar un
ejemplo de esta poética de trabajo con la desnuda revelación de la polisemia
infinita de una realidad infinita: Y
antes los minutos que restaban de agonía, el moribundo imploró- Deja que me clave
a tu cuerpo vivo. Es mi último tiro.
De Los círculos, su primer libro, decíamos
que era una escritura desde más allá del límite. Escritura de la experiencia de
frontera del lenguaje con que se busca decir la experiencia de frontera de la realidad. Digamos
que la experiencia humana por antonomasia es la que busca decir la poesía. En
este caso esta poesía.
Esta poesía de
Astrdi Fugellie nos instala en un universo que no termina de comenzar, en una
cosmogonía que no comienza aún a terminar, donde el espíritu que flotaba sobre
las aguas del Génesis, sigue flotando sobre las aguas, sobre las piedras, sobre
los hombres, sobre los dioses, sobre los demonios.
Es cosmogonía pero
también teogonía, antropogonía. Es, si afinamos el oído, una agonía que cruza y
abre el canal a todo lo existente. Agonía que espera su muerte- vida; en una
palabra, conjunción de opuestos, búsqueda de encuentro de lo existente con lo
existente, de todo lo existente con su sentido.
Esto no acontece
fácil tampoco se dice fácil.
Dioses del sueño es un avance audaz a decir esto del hombre
que es, a la vez, lo del mundo y lo de Dios, en la zona de quiebre del ser y de
la nada, de vacío y plenitud, de luz y de sombra, pero no separados sino
interferidos, siendo ambos, desgarrado lo uno por lo otro, desgarrado y
fecundado, alumbrado. Esta experiencia de caos donde se gesta el cosmos, el
misterio mayor, es lo atisbado por esta poesía.
Cuando Astrid
Fugellie vuelve a esta itinerancia, vuelve envuelta y trasminada por el polvo
celeste de las estrellas.
Fidel Sepúlveda Llanos (1936-
2006)
En suplemento diario La Época, 26 de enero de 1992.