POEMAS
FRAGUADOS EN LA MEMORIA PUNZANTE
(Prólogo del libro ''en off'' de Astrid Fugellie, editorial La Trastienda, 2010)
La
poesía de Astrid Fugellie sorprende siempre por la capacidad casi sobrehumana
para transformar el lado más oscuro y trágico de la vida en materia bella y
luminosa. Insomnio y Asteriza, sus más recientes poemarios, se deslizan por esa
vía de creación donde la poeta-alquimista puede ver claro en medio de los
nubarrones, y diseñar futuros resplandores que alumbrarán su sendero.
En
Insomnio vivimos la noche más larga, porque «en todo insomnio yace un entierro»
nos dice la poeta. Las horas pasan lentas para el yo poético que deglute, como
en una ópera, el acto de la muerte de un tú interlocutor del que no puede
sustraerse, porque no está en el libreto el camino que permita su desvío. Con
un sentimiento de abandono, desde una casa poblada de soledad, la voz poética
se desplaza en su mente por calles vacías, mientras prepara su asistencia a la
«última fiesta,» otra forma decir «funeral». Como en las tragedias griegas,
adolorida, experimenta el rechazo de los que deberían darle vida. El desamor de
su descendencia, y el cuestionamiento de su estirpe son temas que se sienten a
flor de piel en este funeral de oscuridades. Todo está en tela de juicio en la
conmoción de su memoria: la maternidad, la amante y los roles de género
impuestos culturalmente a la mujer, «¿Existirá la madre cabal/ la amante
incansable / la casa serena?» Sin embargo, no todo está perdido, y la esperanza
empieza a tomar forma en esta interrogación del final: «¿Se detendrán las
auroras en mi copa?» Y la respuesta, su decisión definitiva, no se hace
esperar, «quiero sobrevivir,» implicando el triunfo sobre la muerte de ese otro
tú que también está presente en todo el poemario: «Un corte concluyente en la
bañera... un corte una herida... el gusto amargo de las pastillas...» La voz de
la hablante asume esa muerte, pero sabe que «volverá a latir la vida en la
palma de (su) mano.» Se trata, pues, de una la voz poética que se levanta con
la fortaleza de una roca, y la lucidez de una estrella para salir y dar la cara
a ese pequeño infierno que sin su permiso se instaló en su falda.
Asteriza,
como el anterior, es un poemario donde la voz poética, sobreponiéndose a toda
circunstancia, se dirige a un doble interlocutor desgarrado, alterego poético
y, simultáneamente, una otredad que funciona como espejo de un fracaso que se
siente hasta la médula de los huesos.
Con la lucidez y la seguridad de quien
conoce íntimamente a sus interlocutores, la hablante se dirige a Asteriza en el
momento de una pérdida absoluta para poner en cuestión la antigua plataforma de
su existencia: la maternidad y la compañía, la vida y la muerte, el orden de
los sistemas y el caos, Dios y el abismo... Asteriza como alterego solitario,
se pasea por una casa que no es la doméstica casa de sus sueños, sino un
«recinto negro... con un balcón colgando de la horca» donde el polvo del tiempo
cubre un secreto y la llave que lo abre está perdida. Este recinto se vuelve
mundo, cosmos, universo donde viaja el poema como constelación de estrellas
fugaces que descienden hacia un abismo común, en una caída muy al estilo
huidobriano cuyos versos le sirven de epígrafe.
Como
en Insomnio, Asteriza se ve obligada a asistir al sepelio en el que será
desgarrada por los perros, pero sirve de consuelo que ésta será la última calle
que transite. El cuestionamiento a ese doble interlocutor (Asteriza y el
«otro») que aludí antes sucede en todo el poemario: Asteriza es «la escribiente
de textos incendiados», «la empresaria», «la antimadre,» una sombra «con la
sombra del que fuera,» sobre todo es la «invidente» que, paradójicamente,
apenas ahora que realmente es libre, se da cuenta de que debe «llorar su
cárcel.» Mientras tanto el «otro» se ha convertido en una memoria sin ojos, un
centro con la muerte en la periferia: «¿Que hiciste para evitar tu extinción?»
«Tuviste miedo de ser dos... tres?» pregunta la voz poética a quien de ahora en
adelante jamás le podrá contestar.
La
búsqueda continúa: «dónde la vida». Lo que deja claro que Asteriza no podía
agotar la vida de su otredad en ese viaje de muerte y tampoco podía evitarlo,
porque la diseñadora de ese terrible camino hacia el vacío no es Asteriza, sino
alguien que en lugar de luz le inoculó las sombras... «debería ser tu madre /
el primer criminal /que te sorprenda /.../que te sepulte,» quien le dio sombras
en vez de luz.»
Por
la incomprensión que encierra, la mayor tragedia es el rechazo que Asteriza
sufre de parte de los niños que lloran en la tumba del «otro». Y de nuevo, allí
está la luminosa voz poética que puede remontarse, más allá del presente, a las
circunstancias y llegar a la memoria ancestral: esos hijos son «huéspedes
tullidos» que sólo tienen un fragmento de «tu alma» o quizás «el sol inmolado
de tristeza con un amor ulcerado ya sin piel.»
A
la caída inevitable le siguen: una agonía que pareciera un viaje sin regreso,
un miedo que todo lo invade, una duda que todo lo cuestiona, un desamparo que
nos deja a la intemperie tiritando de espanto, y un caos que, felizmente, por
las leyes de la física, ya contiene la semilla que revelará en su anverso la
posibilidad de renacer en otro orden anticipado en este verso: «En ese fraguar
estás tú.» Sí, porque la soledad no es una puerta clausurada, otros miembros de
la tribu se acercarán a romper la muralla que rodea a Asteriza. Así lo percibe
la voz poética clarividente que le revela una posible salida:
si
despejaras las penas
y evitaras cerrar el ventanal
/... /
uno que otro huésped de tu tribu
se sentaría al aire libre de la noche
invirtiendo el orden de sus sombras...
y evitaras cerrar el ventanal
/... /
uno que otro huésped de tu tribu
se sentaría al aire libre de la noche
invirtiendo el orden de sus sombras...
No
se trata pues, en estos poemarios, sólo de una tragedia a pesar del tema, de su función catártica y de
la confrontación con fuerzas inescrutables que arrasan y conducen a la
autodestrucción fatal. Se trata de algo mucho más poderoso; pues en
contrabalanza, Insomnio y Asteriza presentan también la manera de conjurar y contravenir
la tragedia por el hilo de luz que aún queda en la voz poética y la voluntad de
vivir y el poder de compartir de su alterego.
Consuelo Hernández
poeta
AMERICAN UNIVERSITY
Catedrática de Literatura y Estudios
Latinoamericanos