jueves, 13 de junio de 2013

Los círculos


UNA POESÍA en el límite, desde el límite. Cuando el límite se dice círculo. Una poesía circular ¿o espiral? Tras la espiral. Cuando el limite se ilimita que es como decir cuando la limitación no tiene límite. Cuando no hay límite como que no hay sistema y cuando no hay sistema el discurso es naufragio. Pero la poesía siempre ha sido una experiencia de un discurso de frontera, porque va dejando atrás lo establecido y porque aún no logra su instauración.

Esta poesía desborda el límite: lo siente, lo asume, lo supera. Transitan los tiempos, los de hoy y los de ayer, los de la historia y los de la transhistoria, lo de Oriente y lo de Occidente, lo del hemisferio Norte y del Sur. Pero éstos son sólo significantes, metafóricos, de un decir que es un querer decir lo otro, lo de más acá y de más allá, desde razones que la razón no comprende, porque la revelarían como sinrazón.

Cuando esto está, está la razón de la poesía como necesidad. La poesía de Astrid tiene su acceso, como creación y recepción, desde su sentirse como necesidad. La necesidad tiene cara de hereje y esta poesía es hereje en sus significantes y en sus significados. Ningún teólogo suscribiría desde la ortodoxia su perfil de la divinidad. Tampoco un historiador o un lexicólogo desde su especialidad. No hay concordancia con estas disciplinas orientadas a la especialización. Esta poesía se orienta sólo a la verdad. Nada más. Nada menos.

La rebeldía es un modo de vinculación, de búsqueda de vinculación desde una plataforma “otra” de acuerdo, de manera análoga a como la blasfemia es acto de fe. En este sentido, esta poesía es profundamente religiosa, menesterosa de vinculación en circuito infinito tejido de círculos infinitos, todos encarnando la perfección marcada por la carencia. El círculo denota su condición de huella de una perfección que pasó y dejó la nostalgia del incicatrizable. Por eso se descompone el arco iris, semicírculo integrado del color del mundo, en estos círculos monocromáticos, cada uno diciendo lo suyo, precario cada uno, desbordante el conjunto en su tensión a decir, a decirse.

Esta es la poesía de cuando el círculo traza el límite con la muerte y la vida pareciera comenzar con la muerte, cuando lo de acá comparado a lo de allá, el de allá se revela como más vital. Más allá del límite de la muerte, de otra parte, te encuentras con el vacío del último dios que ha muerto contigo, que sigues vivo, donde la alternativa es subsistir de allegado por la eternidad, acogido al rebalse de la economía divina de otro panteón. Así sucede cuando no es uno el que muere sino que en uno muere otra raza. Muere y perdura. Entonces la precariedad de la historia se transpone a la trascendencia. Esto está en este poemario.

Así esta poesía ocurre como recoger, insertar, incestar lo del decir coloquial, lo del desecho étnico, social, cultural; un arte de artefactos hecho de desechos, con palabra astillada por acontecimientos en naufragio, con materiales intentando la retención de la caída o su tregua al menos.

Esta poesía de Astrid Fugellie es texto como irrupción, entrecruce, incruste de categorizaciones originadas en sistemas planetarios, placentarios diferentes como éste: “extraer a tirones la indulgencia de los que están más acá de las estrellas”.

Hay un afán del lenguaje por ser en donde cada palabra se juega en trance de recoger, de rescatar (a veces de recatar) su historia, sus raíces y sus cicatrices. Operan también, al modo de Sísifo, de empujar la mole descomunal hacia arriba para que la mole no nos arrastre cuesta abajo, como “acontece” poéticamente el aborto, de esta manera: “Luego, descaecida, abandonó el lugar y caminando hacia la ventana se dio de bofetadas contra la noche”.

Este lenguaje urgido desde cada palabra busca su diseño de mundo y el registro que halla es el acontecimiento nucleado en una situación iceberg. Así una intertextualidad armada con la concurrencia formularia  de ancestro bíblico, de perfiles orientales precisos, y con los trozos quebrados del mito y la contingencia de una autoctonía ontológica, del reconocimiento- desconocimiento de las raíces, de la urgencia opcional inasible por un más acá más allá inescrutable.

Es una poesía enmarcada por una red de títulos, a su vez enmarcados por enmarques mayores, que se constituyen en sistemas que determina el ángulo, distancia, matiz acotador de su semanticidad. De esta forma, este libro se revela como un horizonte constituido por diversos círculos que acogen la experiencia de diversas modalidades de acontecer la agonía, el trayecto personal y comunitario, desde la arqueología hasta la escatología. Poesía sentida con necesidad que respira por la herida de la vida menesterosa de un sentido que hay que atender, que no puede esperar. Aquí la vida se atiende desde la poesía, una poesía enmarcada con la nostalgia y la esperanza de los círculos que simbolizan reminiscencias y proyectos de plenitud.


Fidel Sepúlveda Llanos
Doctor en Filosofía y Letras Universidad Complutense, Madrid
Profesor- Investigador
Pontificia Universidad Católica de Chile


Prólogo a “Los círculos”, Astrid Fugellie Gezan. Publicaciones Ergo Sum. Santiago, 1988.

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