Recuerdas
haber entrado al hogar, y
antes
de encontrar los gestos, topaste
con
los enrarecimientos, ¡fatiga!.
Se
iniciaba así, la vacuidad de
los
hechos, lo des-hecho, partos que te
enamoraban
cuando dabas a luz
el
reposo de los hijos, y
ocultabas
el ardiente trebejo de
a-botonarlos
como azaleas hechas de
agua…
Recuerdas
haber salido de aquel hogar
y
encontrar al morir como quien
encuentra
a un vecino, y lo saluda.
El
mal morir ha sido tu enemigo
jamás
le perdonas, difícil in-
multarle:
se lleva las cosas hermosas…
Así,
continúas con tu habitual
registro:
entras y sales, sales y
entras
de esa morada donde yacen
las
risas, cuela el olvido, historia
el
fracaso…
No
te acuerdas, (con claridad), cual es el orden
ni
por cuanto tiempo permaneces
fuera
o dentro del recinto.
Sin
embargo, es tu ritual, ¡alma-enferma!, tu
eterno
lugar:-¡ ay,
desaparece,
des-aparecida…!
Astrid
Fugellie
(del libro inédito, “La Buhardilla”)
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