Yo imagine la flor de la higuera,
yo la inventé, le hice entre la
vastedad de los sueños y el afán
de la vigilia. Yo pinté sus pétalos,
y el lado claro del sigilo.
Yo imagine la flor de la higuera
fui su partera y su parida;
la
ingenié entre la claridad de un
lucero y la oscuridad del enig-
ma:- allí me arrodillé.
Lo singular, no fue la higuera,
no fue su flor, no fue la albura,
ni el rosario de la Juana
Santa.
Por el contario, más valió la apa-
rición de un sacristán hermoso
mozo que, más acá o más allá
de la suerte, me enseñó a bailar
un tango delirante bajo la noche.
( en memoria de R. J.)
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