Astrid Fugellie es una mujer de pactos secretos, una abarcadora
de muchos anchos y misteriosos mundos. Algo que tiene que ver con el fin sureño
de su tierra. Con Punta Arenas, con Las Malvinas, Tierra del Fuego, donde Magallanes
divisó fogatas encendidas, ya que es una de las regiones más frías del globo.
Los sueños y pesadillas de la autora no excluyen los
delirios del Caleuche, la navegación de barcos fantasmas, pues su poesía está
familiarizada con fantasmas machos y hembras que de repente adquieren
carnadura.
Por el otro lado, también suelen pasearse por su escritura
hechicerías de otro hemisferio. Sugieren las brujas de Macbeth, los conjuros de
los opuestos comienzos y fines del planeta, murmurando sortilegios escandinavos,
actos y palabras de la magia de los más diversos colores, incluso abracadabras.
Existen al parecer palabras mágicas que derogan las leyes de
la lógica formal y abren la puerta hermética para que el enigma y lo
inexplicable salgan a bailar. Pero ¡ojo! Siempre la vida real será la madre de
la vida fantástica. Para ello se necesitan llaves, muchas llaves. Astrid lo
dirá en poesía. No es una ladrona, aunque use la llave ganzúa del lenguaje
nocturno, de los sueños, del canto.
Habla ese idioma. Se introduce en la mansión onírica. Para
ello tiene llaves de entrada, llaves maestras, de dos vueltas, de sol y de
sombra; llaves inglesas, magallánicas. Llaves trágicas, amorosas y sabe que la
vida está bajo llave y al final también la espera la llave de salida.
Sus libros de poesía son muchos y sus llaves son para todas
la puertas. Pero no se engañen. Todo lo suyo es delirio- verdad, cuento vivido,
verso autobiográfico. Es dueña del almacén “La Llave”. (Me recuerda el nombre
de una ferretería de mi infancia). La metáfora vale. Existe la llave que te
abre el acceso a la vida y a la muerte y también la llave al mundo sin
respuesta. Astrid tiene una para cada cerrojo. Todo es alegoría. Por ejemplo,
la casa representa el cuerpo humano. Las ventanas son los ojos- explica esta
educadora de párvulos a sus alumnos, entre los cuales se cuenta otra
fantasiosa, mi nieta Valentina.
Asimismo la gran llavera tiene en el tablero la llave del
tiempo, incluido el más funesto, el tiempo del desprecio, que hace exclamar al
desaforado: - Y que hayan dos muertos por urna. ¡Qué economía tan grande!- Es
como para preguntar ¿Dónde está la llave inconfesa, aquella que abre la puerta
a la casa de los desaparecidos?
Es cosa de vida o muerte encontrar lo más tarde posible la
llave de salida. Hay que retrasar su penetración en la cerradura a aquella
Parca que te dirá: - Es hora.
Por ahora es hora de escribir poesía. Y eso es lo que hace
Astrid sin pausa. Convoca al aquelarre, a la reunión para la danza de los
espíritus visibles e invisibles. Llama a la alegría que esta mujer hermosa
ahora despliegue sus artes mágicas en la mágica casa del poeta, que desde Isla
Negra congregaba los fantasmas y los antifantasmas de una poesía que siempre
nos acompaña.
Volodia Teitelboim
Presentación del libro
“Llaves para una maga”, Astrid Fugellie Gezan (Editorial La Trastienda, Santiago,
1999), en la casa de Pablo Neruda. Isla Negra, mayo de 2000.
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